Otro sueño más


10 de octubre de 2010

Sus cuerpos parecían goteras de sangre que se postraban como un accesorio más del Rio Michigan, cuando los encontré no pude dejar de pensar en la crueldad del mundo.
Llegaron apenas hace dos años, cuando la penumbra de la crisis parecía estar una vez más en su apogeo. Consintieron una vida de lujos, jóvenes capaces de triunfar en un mundo utópico, pero que bajo las circunstancias de pobreza de su país, perdían como otros más… toda ilusión.
Juan García y Carlos Alvarado vivían cerca de San Cristóbal de  las  Casas, cuando llegaron en busca de promesas falsas vivían del paisaje perfecto de su casa del lago, allá en México.
Ángeles los contactó para su viaje al otro lado, García y Alvarado solían exclamar a los cuatro vientos
-¡Viva México, Cabrones!
Todo parecía normal en su mundo de lujos sin impuestos, Juan comenzaba una relación con una cubana que llevaba 6 años trabajando de mesera en East Lansing –sede de la Universidad Estatal de Michigan- y Carlos se pasaba las tardes leyendo libros de literatura, su preferido, Tolstoi.
Alguna vez el papá de Juan me contó “Recuerdo que en mis viejos tiempos el racismo vivía sus apogeos”, él regresó a México en 1990 y ahora que perdió dos hijos tiene la ilusión que están al lado de Dios. Siempre pensé que aquella llamada a mi suegro sería para alegrarlo y darle la noticia para la invitación al bautismo de su nieto.
Aquella noche soñé que perdía los dientes, quizás presentí que pasaría algo malo, sin embargo, quería perder todo estigma en un mundo perfecto al estilo del de American Way of Life.
Desde hace algún tiempo noté que Juan parecía alterado, nunca le pregunté qué pasaba, sus respuestas parecían perdidas en el limbo, solamente se refería a irse con su padre y criar a nuestro hijo a su lado.
En cambio, Carlos leía menos, el llegaba más temprano y veía las noticias, siempre el CNN, y los problemas con el alguacil de Maricopa (Arizona). Al parecer el tal Joe despreciaba a los migrantes.
Aunque parecía lejano para el estado en que habitábamos, Carlos tomaba nota de los números de protección social que protegían migrantes, ahora sé que eran perseguidos por unos malditos xenófobos.
Cuando miré sus cuerpos mutilados me desmaye, no sé por cuanto tiempo, desperté y los cuerpos seguían inermes, me llamaban como diciéndome no me mires, lárgate antes que te pase esto. Caminé a la carretera y encontré dos ancianos que pasaban por la carretera I-80, me encontraba en el sur del río llena de pánico.
Ahora escucho el silencio de la noche y mis sueños me recuerdan los cadáveres de aquellos a los que amo donde sea que habiten. Vivo con mi suegro como mi Juan lo quería. Las autoridades aseguraron que los malditos nunca aparecieron.
Aunque sé quiénes fueron, nunca tuve el valor para denunciarlos, quizá porque sabía que me matarían, y el valor de la vida que llevaba dentro era más importante que la mía.
Me atormento todas las noches en busca de venganza.